Me dejé caer en la cama dispuesto a tomar una siesta. No estaba buscando desdoblarme, hacía tiempo que no buscaba eso. Sabía que cuando los desdoblamientos se iban de mi vida, solo desaparecían temporalmente, no me preocupaba; ya llegaría el momento en que regresarían. Tomar las cosas con calma en esto del desdoblamiento, era la mejor lección que el tiempo y Elam me dejaron.
“Debes dejar que las experiencias se integren, se internalicen; hay que dejar que se incorporen a tu psicología las diversas situaciones vividas allá”, me dijo ella en el Astral. Así, esta era solo una siesta; por esos días, no sentía el menor estímulo para estar consciente en el Astral.
Me cubrí con una manta y puse mis manos a la altura del pecho. De tanto mirar el infinito con los ojos cerrados, un sinfín de imágenes fueron apareciendo. Reconocí el estado necesario para salir al Astral, la vibración que se acentuaba en mis brazos y piernas me lo dijo, y entre que iba y venía de las imágenes que vagaban por mi mente, noté que mis brazos y piernas comenzaron a flotar.
Ahora aprovecho y salgo, me dije, pero alguien habló:
–Despierta más –fue lo que escuché.
–¿Mas? –Respondí con la mente–. Pero si estoy despierto, sé que estoy a punto de salir al Astral –pensé.
–Lo estás, pero aun falta –replicó la voz.
¿Qué es eso de despertar más? Me cuestioné mentalmente; entonces, como siempre lo hacía, me levanté; un repentino mareo me llevó a caer suavemente en cámara lenta sobre el piso cuya dureza extrañé. Mi mente nublada, reconoció ese estado parecido a cuando había bebido alcohol en exceso.
La voz sabe lo que está diciendo, pensé, y entre la embriaguez y el poco de conciencia que me quedaba, traté varias veces no dejarme llevar por el adormecimiento, aun así, todas mis estrategias eran inútiles, finalmente caí desmayado en el lugar.
El silbido en mis oídos me dijo que estaba nuevamente en mi Cuerpo Físico; mi padre, al lado, estaba sentado en una silla, me observaba como cuando se observa a un niño jugar con su caja de juguetes. Me cuestioné: ¿Mi padre? ¿Qué hace mi padre aquí? Una vez más, traté de levantarme, pero la modorra insistente me robaba las fuerzas; sentía que una poderosa droga comenzaba a circular por mis venas llevándome al sueño; en ese estado me dije: mejor duermo, mejor solo duermo, y mientras pensaba esto, vi como mi padre avanzó al pie de mi cama mientras con una mirada insistente trataba de decirme, observa esto: Con uno de sus dedos tocó mi Cuerpo Astral y este comenzó a deslizarse a través de mi Cuerpo Físico. Mi padre, desencajó ambos cuerpos hasta que uno cruzado con el otro, formaban una cruz con el eje en mi pecho. “Ahora levántate” escuché; me levanté, fue fácil, no tuve resistencia, el adormecimiento ya no estaba. Junto a mi padre mirando la cama, le dije:
–Mi cuerpo está allí.
–Lo sé –Me repondió.
De pronto, la habitación se desvaneció, un cielo muy azul formó una cúpula inmensa. Miré arriba y un deseo inmenso de volar me atrapó, mi corazón deseaba surcar esos cielos. Ya había volado antes, pero nunca en un cielo tan magnífico. Así, intenté elevarme pero sin éxito; la estrategia para volar que Elam me había enseñado, no funcionó.
Me sentí defraudado, no supe qué hacer, mis maniobras no daban resultado, nunca antes me había pasado eso. Más allá de mi frustración y mi impotencia, un anhelo animal se apoderó de mí; así, corrí y corrí, como queriendo alcanzar aunque sea la parte de cielo que besaba el horizonte. Corrí tanto y con tanta velocidad que de pronto me sentí flotar; instintivamente comencé a mover los brazos como un ave y unas alas reemplazaron mis extremidades superiores; miré de reojo y observé lo que lucían como plumas estremeciéndose con viento. En un ejercicio que requería mucha energía, comencé a ganar altura, subí rápidamente. En el horizonte pequeños puntos se dibujaron, según se fueron acercando se definieron como grandes aves de rapiña; una de ellas me atracó directamente, ni bien la tuve al alcance de mis manos, la sujeté con fuerza, le descuajé las dos alas que cayeron al vacío junto al cuerpo mutilado, las demás se alejaron.
Un azul brillante envolvía todo el entorno, el horizonte se mostraba límpido, infinito. Volaba velozmente experimentando una libertad desconocida; un sentimiento de felicidad que nacía en mi corazón iluminaba mi sonrisa, y en mi mente solo resonaba la idea de surcar el cielo con absoluta libertad, ojala eternamente. Cuando mi alegría se desbordaba, sentí encogerse mi corazón, mis ojos se desbordaron de lágrimas. Un sentimiento acumulado de siglos de impotencia y frustraciones me invadió. Del centro de mi estómago, un ardor avanzó hacia mi laringe y un dolor ya conocido comenzó a sofocarme. Cuando pensaba que mi garganta explotaría, pegué un grito desolador: un ¡aaaaaaaaaaaaah! escapó de lo más profundo de mi alma.
Desperté, mis párpados soportaban el peso de gruesas gotas de sudor que escurrían desde mi frente, me senté con facilidad en la cama, tomé el celular para ver la hora pero noté que mi teléfono no era el de siempre, y cuando presioné las teclas no ocurrió lo que se supone debía ocurrir, pensé: ¡Todavía no he despertado! Nuevamente, aquel sentimiento de impotencia y frustración me atravesó, lo sentí como una espada fría deslizándose a través de mi pecho. Comencé a recordar, las tantas veces que había dicho no: no puedo, no quiero; las tantas veces que me había negado la oportunidad de ser feliz, y las tantas veces que me había llevado de personas en las que creía, quienes me habían dicho no, no lo hagas, o no puedes, no debes. Siglos de negaciones habían anidado en lo imperecedero de mi alma. Un arrepentimiento de siglos recorrió mi cuerpo mientras trataba de protegerme emocionalmente encogido en la forma de una letra ese. Lloré, lloré hasta que no pude más, lloré hasta que el dolor se fue, y lloré hasta que mi llanto fue de felicidad porque comprendí que nunca más me diría no.
Ivan Guevara
“Debes dejar que las experiencias se integren, se internalicen; hay que dejar que se incorporen a tu psicología las diversas situaciones vividas allá”, me dijo ella en el Astral. Así, esta era solo una siesta; por esos días, no sentía el menor estímulo para estar consciente en el Astral.
Me cubrí con una manta y puse mis manos a la altura del pecho. De tanto mirar el infinito con los ojos cerrados, un sinfín de imágenes fueron apareciendo. Reconocí el estado necesario para salir al Astral, la vibración que se acentuaba en mis brazos y piernas me lo dijo, y entre que iba y venía de las imágenes que vagaban por mi mente, noté que mis brazos y piernas comenzaron a flotar.
Ahora aprovecho y salgo, me dije, pero alguien habló:
–Despierta más –fue lo que escuché.
–¿Mas? –Respondí con la mente–. Pero si estoy despierto, sé que estoy a punto de salir al Astral –pensé.
–Lo estás, pero aun falta –replicó la voz.
¿Qué es eso de despertar más? Me cuestioné mentalmente; entonces, como siempre lo hacía, me levanté; un repentino mareo me llevó a caer suavemente en cámara lenta sobre el piso cuya dureza extrañé. Mi mente nublada, reconoció ese estado parecido a cuando había bebido alcohol en exceso.
La voz sabe lo que está diciendo, pensé, y entre la embriaguez y el poco de conciencia que me quedaba, traté varias veces no dejarme llevar por el adormecimiento, aun así, todas mis estrategias eran inútiles, finalmente caí desmayado en el lugar.
El silbido en mis oídos me dijo que estaba nuevamente en mi Cuerpo Físico; mi padre, al lado, estaba sentado en una silla, me observaba como cuando se observa a un niño jugar con su caja de juguetes. Me cuestioné: ¿Mi padre? ¿Qué hace mi padre aquí? Una vez más, traté de levantarme, pero la modorra insistente me robaba las fuerzas; sentía que una poderosa droga comenzaba a circular por mis venas llevándome al sueño; en ese estado me dije: mejor duermo, mejor solo duermo, y mientras pensaba esto, vi como mi padre avanzó al pie de mi cama mientras con una mirada insistente trataba de decirme, observa esto: Con uno de sus dedos tocó mi Cuerpo Astral y este comenzó a deslizarse a través de mi Cuerpo Físico. Mi padre, desencajó ambos cuerpos hasta que uno cruzado con el otro, formaban una cruz con el eje en mi pecho. “Ahora levántate” escuché; me levanté, fue fácil, no tuve resistencia, el adormecimiento ya no estaba. Junto a mi padre mirando la cama, le dije:
–Mi cuerpo está allí.
–Lo sé –Me repondió.
De pronto, la habitación se desvaneció, un cielo muy azul formó una cúpula inmensa. Miré arriba y un deseo inmenso de volar me atrapó, mi corazón deseaba surcar esos cielos. Ya había volado antes, pero nunca en un cielo tan magnífico. Así, intenté elevarme pero sin éxito; la estrategia para volar que Elam me había enseñado, no funcionó.
Me sentí defraudado, no supe qué hacer, mis maniobras no daban resultado, nunca antes me había pasado eso. Más allá de mi frustración y mi impotencia, un anhelo animal se apoderó de mí; así, corrí y corrí, como queriendo alcanzar aunque sea la parte de cielo que besaba el horizonte. Corrí tanto y con tanta velocidad que de pronto me sentí flotar; instintivamente comencé a mover los brazos como un ave y unas alas reemplazaron mis extremidades superiores; miré de reojo y observé lo que lucían como plumas estremeciéndose con viento. En un ejercicio que requería mucha energía, comencé a ganar altura, subí rápidamente. En el horizonte pequeños puntos se dibujaron, según se fueron acercando se definieron como grandes aves de rapiña; una de ellas me atracó directamente, ni bien la tuve al alcance de mis manos, la sujeté con fuerza, le descuajé las dos alas que cayeron al vacío junto al cuerpo mutilado, las demás se alejaron.
Un azul brillante envolvía todo el entorno, el horizonte se mostraba límpido, infinito. Volaba velozmente experimentando una libertad desconocida; un sentimiento de felicidad que nacía en mi corazón iluminaba mi sonrisa, y en mi mente solo resonaba la idea de surcar el cielo con absoluta libertad, ojala eternamente. Cuando mi alegría se desbordaba, sentí encogerse mi corazón, mis ojos se desbordaron de lágrimas. Un sentimiento acumulado de siglos de impotencia y frustraciones me invadió. Del centro de mi estómago, un ardor avanzó hacia mi laringe y un dolor ya conocido comenzó a sofocarme. Cuando pensaba que mi garganta explotaría, pegué un grito desolador: un ¡aaaaaaaaaaaaah! escapó de lo más profundo de mi alma.
Desperté, mis párpados soportaban el peso de gruesas gotas de sudor que escurrían desde mi frente, me senté con facilidad en la cama, tomé el celular para ver la hora pero noté que mi teléfono no era el de siempre, y cuando presioné las teclas no ocurrió lo que se supone debía ocurrir, pensé: ¡Todavía no he despertado! Nuevamente, aquel sentimiento de impotencia y frustración me atravesó, lo sentí como una espada fría deslizándose a través de mi pecho. Comencé a recordar, las tantas veces que había dicho no: no puedo, no quiero; las tantas veces que me había negado la oportunidad de ser feliz, y las tantas veces que me había llevado de personas en las que creía, quienes me habían dicho no, no lo hagas, o no puedes, no debes. Siglos de negaciones habían anidado en lo imperecedero de mi alma. Un arrepentimiento de siglos recorrió mi cuerpo mientras trataba de protegerme emocionalmente encogido en la forma de una letra ese. Lloré, lloré hasta que no pude más, lloré hasta que el dolor se fue, y lloré hasta que mi llanto fue de felicidad porque comprendí que nunca más me diría no.
Ivan Guevara
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