El Fantasma Conversaciones con Elam |
1 EL REENCUENTRO
Antes de poner en
práctica todo lo que Elam me había enseñado, pasaron un par de años. Lo poco
que había tratado de practicar, sencillamente no funcionó. Lamentablemente, la
impaciencia me estaba llevando por un camino que ya han recorrido tantos que
tratan de desdoblarse en tres días. Tanta información en mi cabeza, hacía que
estuviera fascinado tratando de vivir en una semana todo lo escuchado. Eso no
es extraño cuando no se comprende lo profundo y complejo de un Desdoblamiento
Astral.
La superficialidad de mi
razonamiento no llegaba a comprender que todo lo que Elam me había dicho era
tan abstracto y trascendental que sencillamente abandoné las pocas prácticas
que había comenzado. Olvidé que esto del desdoblamiento, es un trabajo para
toda la vida y que muchos de los cambios y avances que uno puede vivir, no
ocurren en una semana, sino que son procesos que toman meses, incluso años.
La impaciencia y la
pereza atraparon mi mundo. Entretanto, la vida me presentó a Sofía, mientras
daba clases de programación Basic en un instituto de informática. De cabello
corto graciosamente decorado con ganchitos de colores, personalidad reservada,
risa de niña y ojos grandes rasgados, era el motivo de cierta intranquilidad
que se instalaba en la clase apenas entraba. La primera vez que la vi, me
sorprendió su parecido con Elam. Me enamoró su manera de caminar, parecía que
flotaba sobre una nube invisible por encima del mundo cotidiano.
Sofía, hizo los tres
cursos de programación Basic. En el transcurso de esos meses nos enamoramos.
Nuestra relación fue armoniosa, pacífica y llena de momentos inolvidables. La
primera vez que la besé fue cuando la acompañé a casa de una de sus compañeras
de estudios a coordinar el último trabajo de programación de ese ciclo.
Me había pedido que la
acompañe porque tenía la dirección y temía no poder encontrar la casa.
Afortunadamente yo vivía por ese sector y conocía ese barrio; no me sería
difícil encontrar la dirección exacta. Comenzamos a internarnos en calles
estrechas que se dirigían hacia las afueras de la ciudad donde terrenos recién
urbanizados comenzaban a cambiar el paisaje.
—Por si acaso te comento,
sé karate —me dijo mientras me miraba seriamente. No supe cómo tomar esa frase
¿Era una advertencia?
—Si claro —le dije
mientras reía.
—¿De qué te ríes?
—No sé si me estas
amenazando o presumiendo tus habilidades con eso del karate —le dije sin mirarla.
—Es en serio. Sé karate
—me respondió serenamente y continuamos caminando.
El tono de su voz me dejó
claro que no estaba jugando, la advertencia era muy clara. Unos meses más tarde
me enteré que ella sí sabía karate, y muy bien. Sus peleas en los juegos inter
facultades de la Universidad me mostraron a una chica muy valiente y decidida.
Con Sofía, desde un
principio noté que había un sentimiento mutuo de amor y fraternal compañía.
Cuando la vi entrar a clases por primera vez, algo me dijo que con ella pasaría
algo importante, y aunque éramos muy diferentes en cuanto a gustos y
preferencias, lo que nos unió, fue que ambos teníamos temperamentos y
caracteres similares.
Esa tarde, mientras ella
caminaba con sus cuadernos sujetos contra el pecho, la miré y sentí que ella
era la chica más hermosa del mundo. Seguimos avanzando sometidos por un
silencio que se insinuaba incómodo; entonces me detuve, ella dio unos pasos más
y también paró de caminar. Cuando volteó a mirarme me acerqué y la besé. No
noté resistencia, y mientras ella tenía sus cuadernos apretados contra su pecho,
me dijo:
—Quería que hicieras eso
—no dijimos más. Solo recuerdo que tomé su mano y seguimos caminando.
Si alguna vez tuve una
relación feliz, fue esa. Vivíamos el momento sin pensar en el futuro cobijados
al amparo de un amor incondicional. La vida parecía un parque de diversiones a
la que sin preocupaciones nos entregamos. Así, poco a poco el Desdoblamiento
Astral fue quedando opacado por un sentimiento amoroso que hacía que mis ansias
de desdoblarme se perdieran en la bruma del olvido.
Los días sumaban semanas,
y las semanas meses. Sin darme cuenta, dos años, los más felices de mi vida se
habían disuelto en una circunstancia romántica, excitante y nueva, hasta que un
verano en que las torrenciales lluvias lo hicieron invivible, Sofía me dijo que
se iba a vivir a Lima. Su padre, gerente en una distribuidora de carros, había
sido promovido a la capital. Todos se irían, llevarían incluso a los empleados
porque estaban con ellos hace muchos años y eran de confianza. Quedé desolado.
—Te llamaré todos los
días —me dijo en tono consolador que no sirvió de mucho.
—Lo sé.
—En diciembre estaré aquí
—fue su respuesta ante mi rostro invadido por la tristeza.
La lejanía de diciembre
me decía que, la promesa de una visita no es consuelo cuando recién es marzo.
Para un joven, una hora es un día, y un mes, un año.
Pasaron un par de
semanas, el día que temía por fin llegó. La esperé en el aeropuerto para
despedirme. Cuando la ví venir con sus padres, se acercó.
—No estés triste. Esto va
a ser más doloroso de lo que está siendo. Si me amas como yo, estaremos juntos
—su mano se deslizó por mi mejilla tratando de consolarme.
—Te amo y sé que un día
estaremos juntos —respondí mientras tomaba sus manos. Estaban heladas.
—Lo siento, desde esta
mañana están así.
—No importa.
Enmudecidos, caminamos
por los pasillos del aeropuerto mirando los escaparates de las tiendas. No
podía quitarme la idea de que en unos pocos minutos ella iba a desaparecer de
mi vida. El recuerdo de su sonrisa y sus ojos marrones, harían mis noches
imposibles.
Llegamos a una tienda especializada
en artesanía de piedra labrada. Ella, se acercó a la vitrina y fijó su atención
en unos pequeños búhos primorosamente tallados. Los compró y pidió que los
empaquetaran para regalo.
Cuando no quieres perder
algo, la vida confabula para hacerte sentir que a nada puedes aferrarte. De
pronto, media hora se había desvanecido en un pequeño paseo. Era hora de ir a
dejarla con sus padres para que pasaran a la sala de embarque.
—Ha llegado la hora y no
puedo creer que esté sucediendo.
—Yo tampoco.
—Esto es para ti —me
entregó el pequeño paquete que contenía los búhos.
—Siempre te amaré.
—Y yo a ti.
Nos abrazamos y nos dimos
un último beso. Sus labios estaban secos y fríos. La vi alejarse entre la gente
y llegar hasta donde la esperaban sus padres. La abrazaron, su madre sacó un
pañuelo y le limpio los ojos. Ella me dio una última mirada, luego se
dirigieron a la puerta que los llevaba a la sala de embarque.
Me quedé mirando hasta
que su imagen desapareció de mi vista. Comencé a extrañarla terriblemente. Me
dirigí a las escaleras mecánicas para abandonar el aeropuerto. Antes de llegar
a la puerta, abrí el pequeño paquete. Allí estaban magníficamente tallados en
piedra los dos pequeños búhos, eran una pareja. En el fondo de la caja había
una nota:
“Tú y yo, para siempre.
Te amo”
Me dolió el corazón. No
pude más, bajé la mirada y lloré. Lloré porque con ella se iba la época más
feliz de mi vida.
La partida de Sofía me
dejó sin energía, fue como si me quitaran las baterías. Comencé a descuidar mis
estudios, y mis prácticas de Desdoblamiento Astral que hace tiempo habían
quedado en el total abandono, hicieron que en mi vida apareciera un gran vacío.
El hecho que me diera
cuenta de ese proceso lo hacía más doloroso, porque estaba siendo consciente de
cómo era que me estaba “yendo al diablo”, como solía decir Elam cuando algo
irremediablemente tomaba el rumbo de la decadencia.
Con Sofía, nos llamábamos
todos los días, además, nos escribíamos correos intensos e interminables que
intercambiábamos a diario a cualquier hora. Pero esas alternativas no
funcionaban. El comprender que ahora ella vivía en Lima permanentemente,
derrumbaba mis pocas ilusiones y ganas de vivir.
De los dos, ella siempre
fue la más optimista. Me fascinaba la ilusión con la que esperaba cada nuevo
día, y su capacidad de ver el vaso con agua medio lleno, hacía que resolviera
favorablemente situaciones difíciles. Me decía que esperaba con ansias el día
en que nos uniríamos y seriamos felices. A su optimismo, se oponía mi visión
fatal de la realidad. El comprender que en la vida las cosas son como son y no
como uno quiere, me mostraba un futuro incierto en cuanto a nosotros.
Más allá de todo, las cosas parecían haber retrocedido en el tiempo a la época en que Elam no existía en mi vida. Cada día podía ver el sin sentido de mi existencia de una manera más evidente. Una vida intrascendente y monótona comenzaba a abalanzarse sobre mí inexorablemente.
El tiempo hizo que las
llamadas telefónicas de Sofía menguaran. Pensé que estaba muy ocupada estudiando
y que esa era la razón por la que raramente se comunicaba, y cuando yo lo
hacía, su teléfono estaba apagado, o sencillamente no contestaba. Siempre he
creído que la privacidad de las personas es algo muy serio y respetable, por
ese motivo no insistía.
Una noche de octubre,
luego de beber algunas cervezas en un bar, fui para mi casa. Estaba ligeramente
ebrio y me recosté en la cama sin siquiera quitarme los zapatos. Tal era mi
desgano y cansancio, que simplemente me arroje sobre el edredón azul agradeciéndole
que estuviera frio y refrescante.
Recuerdo que estaba en un
sueño. Caminaba plácidamente en una playa solitaria y soleada. A lo lejos,
pequeñas cabañas asomaban tímidas sus techos en el horizonte. Aun cuando el sol
brillaba deslúmbrate, no sentía esa combinación agobiante de humedad y calor
propia de la costa.
Estaba muy a gusto, así
que caminé hacia el pueblo jugando con las pequeñas olas que se formaban a la
orilla del mar. El horizonte fue revelando pequeñas casitas de madera mientras
algunas personas caminaban descuidadamente por las calles estrechas. Un
ambiente de vida provinciana, simple y feliz, lo invadía todo.
De pronto, como a unos
diez metros de mí, se abrió una puerta. Le presté atención a la escena porque
oí la voz de Sofía. La vi salir de la pequeña casa riendo y hablando con
alguien más. No pude ver la cara del chico, pero él también reía y hablaba de
una manera muy familiar con ella. Inmediatamente sentí un dolor en el pecho. La
certeza de que ese jóven era la nueva pareja de Sofía se apoderó de mi mente.
Desperté desolado, sentí como si ese momento me hubieran arrancado el corazón.
Cuando estábamos juntos, podía
sentirla. Es decir que, aunque no la viera, en mi pecho había un sentimiento
conocido y cálido que provenía de ella. Esta vez, ese sentimiento había
desaparecido, uno oscuro, denso y frío, los suplantaba.
Por la mañana, la duda
estaba haciendo estragos con mi mente ¿Debía llamar a Sofía? El sonido del
timbre del teléfono acabó con mi incertidumbre, era ella.
—¿Hola? —Pasaron algunos
momentos hasta que me contestó.
—Hola. Soy Sofía —su voz
sonaba pequeña y herida. No quise contarle que había soñado con ella.
—¿Cómo estás?
—No lo sé. Supongo que
bien.
—Te llame muchas veces.
—Lo sé. Lo siento, he
estado muy ocupada con los exámenes y ayudando a mi madre.
—Eso pensaba.
Mis ganas de preguntarle
si es que algo estaba pasando entre nosotros me empujó a decirle:
—Dime, ¿está todo bien?
—Si —fue su respuesta,
pero el tono de su voz revelaba un misterio que por unos segundos me dejó sin
respiración.
—¿Sí?
—Si.
—¿Estás con alguien más
Sofía? —Disparé mi pregunta.
—¿Que?
—Que si estás con alguien
más.
—¡Nooo!
—No creo que puedas
engañarme. Lo sé.
Sofía no sabía que mis
sueños eran mi adivino particular. Cada vez que algo importante estaba
sucediendo, ellos me daban el mensaje. Parecía que en algún lugar había alguien
que se interesaba por mí y me informaba sobre los acontecimientos. Luego de una
pausa incómoda me dijo:
—Yo, no sé qué me pasó.
Lo siento —su voz sonaba trémula. Y aunque estaba destrozado porque sus
palabras me anunciaban un final que ya había sentido y visto, le dije:
—No hay problema si estás
saliendo con alguien más —la oí llorar.
—Lo siento Julius. Me
desprecio por esto.
—Suponía que algo estaba
pasando porque hace tiempo que te dejé de querer —Mi respuesta fue despiadada.
Había en mis palabras un aire a venganza y desdén—. El que siente desprecio por
sí mismo soy yo, por no habértelo dicho antes.
Luego, solo hubo
silencio. Sofía había cortado la llamada. De cierta manera, me sentí bien. Le
había dado una buena patada. Se lo merecía, pensé.
Comer poco y dormir mucho
fue mi rutina durante las siguientes semanas. No quería saber absolutamente
nada. Solo recuerdo que un dolor emocional que no había conocido antes me
acompañaba todo el día. Con las semanas ese dolor emocional se hizo físico.
Cuando salía a la calle, recuerdo que mi percepción de la realidad había sido
tan distorsionada por la poca comida, que todo parecía ir en cámara lenta.
Una de esas caminatas me
llevo a sentarme en el banco de una plaza.
Un árbol que languidecía por falta de agua me protegió con sus
agonizantes ramas. Cansado me dormí. Transcurrido un tiempo comencé a escuchar
el ruido de la ciudad mientras aún estaba dormido. De pronto sentí que unas
manos se posaron sobre las mías mientras oía la voz de Elam:
—Debo venir —Abrí los
ojos. Pensé en Elam ¿Cómo era que me había olvidado de ella? Entonces, recordé
sus palabras: “Cuando no haya nada a que asirse en esta vida, en el
Desdoblamiento Astral, encontrarás tu nueva razón de vivir”.
Nunca me puse a
reflexionar en esa frase. Es más, nunca siquiera había imaginado que eso me
ocurriría. El caso es que me levanté rápidamente, quería que la noche llegara
para encontrarme con ella.
Mi apetito inesperadamente
volvió. Una mirada en el espejo me mostró un rostro naufragante cubierto por
una barba que había medrado al amparo del descuido y el abandono. Me bañé a
gusto después de muchos días.
Esa noche cuando me puse
los pijamas me sorprendió lo suaves que eran. Me eché en la cama de espaldas y
me tapé con una manta delgada. Puse mis manos a los costados de mis piernas y
esperé a que mi cuerpo se relajara naturalmente.
Al pasar los minutos mi
mente y mi corazón fueron reconociendo la paz que había perdido cuando me metí
al mundo de la mano de Sofía. Poco a poco, comencé a ver con los ojos cerrados
multitud de nubes coloridas que cruzaban de lado a lado mi campo de visión.
Finalmente, el sueño venció mi voluntad. En una escena vi a Sofía acercarse, estaba
sonriendo, al parecer era muy feliz. Desperté, esa visión me hizo comprender
que ella estaba bien, lo que me alegró.
—Nada perdura en la vida.
No te aferres a nada ni nadie. Lo único que debe importarte, es tu propio plan
de vida, tu sueño abstracto de ser libre —me dijo alguna vez Elam.
Ella, como siempre, tenía
toda la razón ¿Qué podía ser más importante para mí que mis planes y proyectos
personales? Y de ellos, el fundamental, ser libre.
—Una meta abstracta es lo
mejor que puedes tener. Nunca hay un final para un proyecto así, y se pueden ir
las personas, desaparecer las cosas, cambiar la economía, pero pase lo que
pase, tu proyecto estará allí. Para una empresa de esa naturaleza no hay
jubilación, ella, te mantendrá atento, ilusionado con un objetivo en la vida.
Mientras los demás habrán perdido la ilusión de vivir, tu corazón vibrará
fuertemente con los objetivos que aún no has logrado, y la búsqueda de los
misterios que todavía no has descubierto te mantendrán atento y vital, porque
el encanto de la vida, no es la meta, sino el viaje.
Cerré los ojos nuevamente
para tratar de seguir concentrándome esta vez en mi corazón. Lo escuchaba latir
lenta y armónicamente. Me agradaba ese sonido hechizante que me fue llevando a
un lugar en el que me encontraba caminando por un paisaje arenado e irreal.
La ausencia de
referencias hacía que mi andar en ese lugar fuera aleatorio. Ante mis ojos, el
infinito se proyectaba en cualquier dirección donde mirara y eso me situaba en
el centro de la nada. De pronto, una pequeña silueta hirió la visión. Un
impulso sobrenatural movió mis pies uno delante del otro y con sorpresa, pero
sin miedo, me dejé llevar hacia la figura. Cuando estuvo cerca, pude ver sus
facciones en detalle, era Elam.
—¿Cómo estás? —me
preguntó sonriente.
—¿Cómo me ves?
—Mal ¡Jajaja!
Elam, podía hacerme
sentir pleno ni bien la veía, esa era su magia. Aunque sus palabras eran muchas
veces duras y su trato huraño, si la conocieras, sabrías que, en el fondo, es
un ser a quien realmente le importas. Su extraña manera de querer y hacerse querer
es a veces controvertida, pero siempre he podido contar con ella, y su amistad
incondicional es lo más grande que tengo en esta vida.
—Lo siento. Me salí del
camino. Estoy pagando las consecuencias —fue mi respuesta.
—No importa lo que hayas
hecho, o hagas. Debes comprender que siempre estaré contigo. Quiero que sepas
que mi razón de ser eres tú.
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