La Ley del Tiempo se impone inexorablemente, independientemente de nuestras actividades. Esta ley es, de hecho, esencial para la existencia de la vida tal como la conocemos en este planeta.
El tiempo y nuestra concepción del mismo determinan que nuestros cuerpos, ideas, pensamientos y creencias sigan un plan preestablecido. La muerte, ya sea como resultado de la vejez, accidentes, enfermedades o cualquier otra causa, es una necesidad en este mundo. A través de este proceso, la civilización humana ha aprendido a trascender y a ejercer dominio sobre el planeta.
La muerte es indispensable para la continuidad de nuestra sociedad.
Hemos adoptado un sistema en el que la primacía recae en la comunidad por encima del individuo. Aunque el individuo pueda desaparecer, la comunidad persiste. La muerte no solo es necesaria, sino que también facilita el fin de sistemas de pensamiento y creencias obsoletos. Las nuevas generaciones, portadoras de ideas innovadoras, introducen el "nuevo software" que permite a la comunidad enfrentar desafíos emergentes y asegurar su existencia continuada.
Si los seres humanos vivieran más de 200 años, la capacidad de abastecer a la población mundial se vería gravemente comprometida dadas las actuales condiciones del planeta. La expectativa de vida actual, de aproximadamente 80 a 90 años, parece ser óptima para mantener el equilibrio necesario.
Para evitar el envejecimiento, sería fundamental trascender la ley del tiempo. Esto implica redefinir nuestra concepción del tiempo, utilizándolo únicamente con fines prácticos, como para trabajar y organizar nuestra vida cotidiana. Sin embargo, no deberíamos considerar el tiempo como un indicador determinante de nuestro progreso o comportamiento. Por ejemplo, no deberíamos pensar que en cinco años completaremos nuestros estudios y seremos profesionales, o que a cierta edad debemos comportarnos de una manera específica.
Aunque la sociedad está acostumbrada a funcionar de esta manera, es necesario romper con estas convenciones si deseamos mantener nuestra juventud o recuperarla. Nuestra vida se rige por la constante medición del tiempo, contando las horas y los días hasta la próxima celebración o fecha significativa, como la Navidad o los cumpleaños de nuestros padres. Frecuentemente, expresamos la falta de tiempo, y en efecto, así es. Nos movemos de un lugar a otro en busca de estímulos diversos para sentirnos vivos, inventando actividades sin sentido para llenar nuestro tiempo y obtener una sensación de bienestar, a menudo mintiéndonos a nosotros mismos sobre nuestra soledad y frustración.
En este contexto, el tiempo se convierte en un marco rígido que dicta que a ciertas edades debemos lucir y actuar de acuerdo a expectativas específicas. Por ejemplo, se espera que a los tres años ingresamos en la etapa inicial de la educación, con una serie de expectativas y primeras reglas. Posteriormente, en la educación primaria, debemos comportarnos según lo que se espera en esa etapa, asumiendo los roles asignados. Este patrón continúa en la secundaria, donde se nos exige conformarnos a comportamientos adecuados a esa edad, incluyendo tanto acciones positivas como negativas. Luego, viene la educación superior, la profesionalización, el matrimonio, la paternidad, la educación de los hijos, la jubilación y finalmente la muerte.
Todo esto constituye un guion que seguimos meticulosamente sin cuestionar. Vivir de esta manera implica adherirse a un libreto impuesto por la civilización, siguiendo sus dictados ciegamente y sin reflexión crítica.
Cuando se cuestiona este guion social, la sociedad tiende a reaccionar con incomodidad. Según esta normativa social, al alcanzar la edad de 30 años, se espera que uno se comporte y aparente como un individuo de 30 años. Posteriormente, al llegar a los 40 años, se supone que uno debe ajustarse a los estándares propios de esa edad, y así sucesivamente.
Por consiguiente, si se alcanza la edad de 80 años, se espera que las acciones y apariencia de la persona correspondan a la de alguien de esa edad. Vivir bajo esta rigidez sin alternativa alguna resulta lamentable.
La sociedad establece estereotipos sobre cómo deben lucir y comportarse las personas de cierta edad, como por ejemplo, los individuos de 50 años, a quienes se les atribuyen determinadas condiciones físicas, económicas, así como ciertas enfermedades y dolencias. Sin embargo, es importante señalar que estas representaciones son meramente convencionales y el ser humano trasciende dichas expectativas.
Cuando nos desligamos de la concepción lineal del tiempo, trascendemos el guion impuesto por la sociedad. La presión social para conformarnos a roles predeterminados deja de ejercer su influencia, otorgándonos una sensación de liberación. Esta liberación implica la necesidad de aprender a realizar nuestras acciones sin el constante recordatorio del paso del tiempo. Para lograr esto sin sucumbir a la apatía o la negligencia, es necesario adoptar una actitud similar a la de los magos. Actuar como magos implica llevar a cabo cada tarea con un nivel de excelencia y dedicación máximo, evitando distracciones y enfocándonos en lo que realmente importa.
Un mago no se distrae ni deambula sin rumbo en este mundo; en cambio, está completamente comprometido con sus objetivos y sabe exactamente hacia dónde se dirige. Aunque los magos viven en un estado de atemporalidad, su actuación está marcada por una determinación incansable y una dedicación absoluta a cada momento presente.
Para preservar nuestra juventud o rejuvenecer, es imperativo mantener vivo nuestro niño interior a lo largo del proceso de desarrollo y evolución personal.
Cada individuo alberga en su interior un niño interior, quien a lo largo de la vida cumple un rol fundamental al enseñarnos, entre otras cosas, cómo mantenernos jóvenes y saludables. Este niño interior anhela el juego, la contemplación del amanecer, la libertad de correr por el bosque sin temor y la aventura de lanzarse a un río, así como entregarse al amor de manera incondicional. Es esencial atender las necesidades y deseos de este niño interior, quien anhela explorar nuevas experiencias, nutrir su creatividad y construir mundos fantásticos de manera constante.
El niño interior encarna la fe en lo imposible, la creencia en los milagros, en las hadas y en la búsqueda perpetua de la felicidad. A menudo, debido a las demandas del desarrollo económico, profesional y otras responsabilidades adultas, tendemos a relegar o incluso a suprimir a este niño interior. Sin embargo, ignorar la voz y los deseos del niño interior puede conducir a un envejecimiento prematuro y a una percepción de la vida como una carga abrumadora, colmada de responsabilidades indeseadas. Por lo tanto, es crucial reconectar con nuestro niño interior para mantener viva la llama de la juventud y la vitalidad en nuestro ser.
En caso de que el niño interior haya sido relegado al olvido, es necesario rescatarlo y otorgarle la importancia que merece en nuestra vida cotidiana. Este niño interior, independientemente de nuestra edad, continúa siendo una fuente de alegría y vitalidad, capaz de impulsarnos a jugar, correr, saltar y reír. Es pertinente destacar que para mantener una apariencia juvenil y conservar la salud, es fundamental adoptar hábitos de vida saludables, como una alimentación equilibrada y evitar el consumo de alcohol, tabaco y drogas. La práctica regular de ejercicio físico a lo largo de toda la vida también es crucial para promover el bienestar físico y mental.
Un aspecto fundamental para mantener la juventud radica en desvincularse de la noción de la edad. Al alcanzar un estado en el cual nos resulte difícil precisar nuestra edad o incluso olvidemos la fecha de nuestro cumpleaños, habremos avanzado significativamente hacia este objetivo. Esto implica abandonar expresiones como "no puedo hacer eso... ya tengo 60 años". El mantenimiento de una apariencia juvenil se ve facilitado al liberarse de la percepción del tiempo y de los efectos negativos asociados a este. Asimismo, nuestro bienestar emocional se verá enriquecido al permitir que el niño interior nos guíe hacia la exploración de nuevas experiencias y emociones.
Es crucial dejar de anclarse en la espera de fechas específicas y evitar celebrar los cumpleaños como meros recordatorios de nuestro envejecimiento. Este enfoque implica el olvido consciente del paso de los años y la adopción de la convicción de que siempre conservaremos la vitalidad de los 20 años. Al observar a personas de edad avanzada, es importante evitar proyectar nuestro propio destino en ellos.
Es esencial comprender que las nociones de vejez y muerte son constructos sociales arraigados en la mente humana con el propósito de garantizar la cohesión y supervivencia de la sociedad. Al adoptar esta nueva perspectiva, no se garantiza una vida eterna, pero sí se promueve una existencia prolongada caracterizada por la salud y el entusiasmo por seguir adelante.
Es crucial comprender plenamente que el proceso de liberación de la influencia temporal es altamente personal y conlleva ciertos riesgos. El principal de estos peligros reside en la posibilidad de caer en la irresponsabilidad y la negligencia. Además, desvincularse del tiempo hasta el punto de olvidar incluso nuestra fecha de nacimiento puede generar conflictos con nuestro entorno social, dado que este olvido puede extenderse también a la fecha de nacimiento de otras personas. Sin embargo, este camino hacia la libertad implica inevitablemente un intercambio: la renuncia a la sujeción temporal a cambio de una mayor autonomía. El proceso de transformación personal requiere cambios profundos y trascendentales, y aquellos que buscan auto conocimiento, libertad y sabiduría deben estar preparados para enfrentar estos cambios y aceptar que algunas cosas quedarán atrás en el trayecto.
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Saludos.